¡Los estudiantes exigen alternativas a los dogmas del
libre mercado!
Desde cualquier punto de vista racional, la economía
ortodoxa está en serios problemas. Sus “campeones” no solo han fallado en
predecir los mayores colapsos de los últimos 80 años, también insistieron en
que las crisis eran cosas del pasado. Más que eso, su forma de pensar ha jugado
un papel decisivo al momento de diseñar los desastrosos derivados financieros
que provocaron el desastre en primer lugar.
Muchos de estos economistas fueron contratados por
bancos y hedge funds para hacer propaganda a sus productos, arrojándonos al
abismo especulativo. Aclamadas figuras en la disciplina (que declara ser
científica) anunciaron la “gran moderación” de la volatilidad del mercado, a
las puertas de una explosión de volatilidad. Otros, como el ganador del Nobel,
Robert Lucas, insistían en que la economía había resuelto el “problema central
de la prevención de depresiones”.
Si cualquier otra profesión se hubiese equivocado de
manera tan espectacular y hubiese causado tanta devastación, habría sin duda
caído en desgracia. Uno incluso podría imaginar a los economistas partidarios
del libre mercado, que dominaban las universidades y aconsejaban a los
gobiernos y bancos estarían dudando de sus teorías y reconsiderando
alternativas.
Después de todo, la gran mayoría de los economistas
que predijeron la crisis, rechazan el pensamiento neoclásico dominante: de Dean
Baker y Steve Keen, a Ann Pettifor, Paul Krugman y David Harvey. Ni
keynesianos, ni post-keynesianos ni marxistas aceptaron la ideología
neoliberal que se impuso durante 30 años. Ellos entendieron que, contrario a la
ortodoxia, los mercados desregulados no tienden al equilibrio, sino que ahondan
en la tendencia de la economía a las crisis sistémicas.
Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal y
un convencido de la desregulación, al menos tuvo la honestidad de admitir que
su visión del mundo había demostrado no ser la correcta. No se puede decir lo
mismo de Eugene Fama, arquitecto de la hipótesis de los mercados eficientes
(EMH), que respalda la desregulación financiera. Fama reconoce no saber qué
causa las recesiones, pero insiste en que su teoría ha sido vindicada.
Muchos economistas “mainstream” han continuado como si nada hubiese
pasado.
Muchos estudiantes, sin embargo, están ya hartos. Una
rebelión en contra de la ortodoxia se ha estado gestando durante años y ahora
parece haberse encendido aún más. Cansados del universo paralelo de teorías que
poco tienen que decir acerca de aquello que le interesa a la gente, estudiantes
de la Universidad de Manchester han fundado una “sociedad económica
post-colapso”, con 800 miembros, exigiendo el fin de las asignaturas de corte
exclusivamente neoliberal y la introducción de un plan de estudios plural.
Estos universitarios quieren que las escuelas de
economía impartan asignaturas que vayan desde la perspectiva Keynesiana, a
teorías más radicales, que hayan sabido predecir mejor y conectar con la
economía del mundo real. Además, quieren incorporar la economía feminista y del
medio ambiente. La campaña se está difundiendo rápidamente: a Cambridge, Essex,
London School of Economics y a una docena de otros campus, y conectando con
grupos universitarios de France, Alemania, Eslovenia y Chile.
Como explica uno de los fundadores de la sociedad,
Zach Ward- Perkins, él y algunos de sus compañeros acordaron, un año después de
estudios ortodoxos: “Tiene que haber más en la economía que esto”. La economía
neoclásica está construida en base a la concepción de que una economía es la
suma de las pequeñas acciones de millones de individuos que buscan maximizar su
utilidad, en la que los mercados son estables, la información es perfecta y el
capital y la oferta de trabajo son iguales.
Incluso si luchasen por decir algo relevante acerca de
la crisis, la desigualdad o la propiedad, los modelos matemáticos dan una falsa
apariencia de rigor científico, valorada por estudiantes que sólo aspiran a
conseguir un trabajo bien pagado en la City. La economía neoclásica también ha
apoyado la desregulación, la privatización, los bajos impuestos a los ricos y
el libre comercio, y se nos dijo durante 30 años que esta era el único camino a
la prosperidad.
Sus adeptos tienen una mentalidad casi religiosa,
asegura Ha-Joon Chang, uno de los últimos economistas independientes que han
sobrevivido en Cambridge. Aunque piden que se favorezca la competencia, ellos
mismos no toleran ninguna. Hace 40 años, la mayoría de departamentos económicos
eran keynesianos y los de economía neoclásica eran ridiculizados. Todo eso
cambió con el ascenso de Thatcher y Reagan.
En las instituciones que deberían fomentar el debate,
aquellos economistas que no siguen el dogma neoclásico, han sido
sistemáticamente excluidos. Algunos han encontrado refugio en escuelas de
negocio, estudios sobre desarrollo y departamentos de geografía. En E.E.U.U,
los fondos corporativos han sido claves, mientras que en Gran Bretaña, “la
búsqueda de la excelencia” ha sido el mecanismo principal para la purga
ideológica en las universidades.
Paradójicamente, el fuerte incremento en las tasas
universitarias y la mercantilización de la educación superior están creando
presión en los estudiantes para dar un giro a la polarización en la enseñanza. Los
defensores del libre mercado, están siendo evaluados y los clientes no quieren
sus productos. Algunos académicos que han preferido quedarse al margen, se
están dando cuenta de que puede que necesiten comprometerse y han empezado a
integrarse a un proyecto fundado por Soros, para revisar los contenidos
académicos, con la esperanza de limitar las dimensiones del cambio.
Pero debe haber un cambio. La
ortodoxia del libre mercado de las últimas tres décadas no solo ha ayudado a
crear la crisis que ahora atravesamos, sino que ha dado credibilidad a las
políticas que nos han llevado a un menor crecimiento, a una más profunda desigualdad
y una mayor inseguridad, además de haber provocado la degradación ambiental en todo el mundo. Su continuo
dominio después del crash, como el modelo al que sostiene, se basa en el poder,
no en la credibilidad. Si queremos escapar de estas crisis, ambos deberán desaparecer.
Seumas Milne
Publicado en The Guardian del 20/11/2013
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