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domingo, 1 de diciembre de 2013

TIEMPOS DE BASURA

¿Se acuerda? Hace ya unos años, la televisión pública valenciana lanzó el programa Tómbola. A quienes no podíamos ver el canal autonómico nos costó entender que no se trataba de un sorteo, sino de una forma novedosa de periodismo del corazón. Unos cuantos periodistas, algunos de larga trayectoria profesional, se juntaban en un plató y discutían entre ellos sobre personas que, generalmente, no estaban presentes. La fórmula tuvo éxito y se adoptó por buena parte de las cadenas privadas y públicas que operan en España. Fue, seguramente, la última gran aportación que desde aquí se ha hecho a la innovación televisiva. Lo curioso del asunto es que rápidamente, incluso entre quienes participaban en el negocio, se aceptó que tales programas eran televisión basura. De este modo, la palabra basura comenzó a emplearse en nuestra vida cotidiana más como indicativo de algo repugnante que como residuo o desecho de comida u objetos ya usados.

Así que, cuando a finales de 2006, se empezó a hablar de las hipotecas basura, desde aquí rápidamente se entendió que se trataba de algo repugnante. Lo que se ignoraba era que esa basura se iba a convertir en pocos meses en una auténtica pesadilla que todavía nos acompaña, la pesadilla de la crisis económica y sus efectos sociales. Porque, ya en la primavera de 2007, llegó a nuestros oídos la noticia de que en los EE.UU. algunas entidades financieras habían sido muy generosas en la concesión de créditos hipotecarios a familias son escasas posibilidades de hacer frente a sus compromisos. Esas entidades -decía la noticia- estaban haciendo enormes esfuerzos por solucionar sus problemas, pero, ¡ay!, no podían, ya que la competencia en el mercado les había ocultado el verdadero riesgo de ser tan generosos. De hecho, se dijo, los responsables habían sido las familias endeudadas, por no informar a los bancos de sus auténticas limitaciones para mejorar sus rentas. Se nos vino a decir, las hipotecas son basura porque sus titulares son personas basura. Pero, entre nosotros, al calificar como basura a esas hipotecas ya nos avisaban de que no se trataba tanto de clientes irresponsables de los bancos, sino más bien de que la cosa iba de préstamos repugnantes, con reglas poco claras y compromisos abusivos, emitidos por bancos basura, repugnantes.

Algo así debió pensar el gobierno de los EE.UU. que llegó a inyectar en 2008 187 mil millones de dólares para evitar que la acumulación de basura provocara riesgos para la salud de su sistema financiero. No lo consiguió; ese mismo año, el 15 de septiembre de 2008, se produjo la quiebra de Lehman Brothers. En este caso, parece que fue la entidad la que trató de engañar a otros socios y al conjunto del sector financiero global -colocándoles títulos de aparente alta rentabilidad, pero de muy oscuro riesgo-, bonos, y participaciones en préstamos basura, que impidió la solidaridad de sus pares. Se había convertido en un banco basura, que no merecía respeto ni ayudas, como sí merecieron otros de ambos lados del Atlántico. Pero para nosotros no se trataba de un banco que negociara con desperdicios, sino de un banco repugnante.

Y así estábamos cuando la crisis llegó a España y en algo más dos años hemos visto como las Cajas de Ahorro han desaparecido de nuestro sistema financiero. En este breve plazo, se han evaporado entidades, en algunos casos centenarias, que han pasado de ser la Caja -es decir, el lugar más seguro para unos pequeños ahorros o a dónde dirigirse en busca de una ayuda para la compra de un piso o para establecer un pequeño negocio- a ser a bancos basura, dejando tras de sí un escándalo mayúsculo en forma de participaciones preferentes colocadas con dolo entre sus confiados clientes. Entidades socialmente respetadas se han convertido en entidades repugnantes. Para poderlas vender, si es que se puede, ya van colocándose más de 45 mil millones de euros, de momento, puestos al servicio del sector financiero, que habrá (tendremos) que devolver a los socios de la Unión Europea, que tanta generosidad han mostrado.

Con anterioridad, en España se puso de moda el neologismo mileurista, para señalar a quienes su salario rondaba los mil euros al mes. En 2005, cuando apareció la expresión, llenó de indignación a una sociedad que pensaba que todo el mundo tenía derecho a un trabajo digno y bien remunerado, un trabajo decente como lo ha llamado la Organización Internacional del Trabajo. Tanta importancia se concedió al mileurismo que casi todos los salarios que no lograban ese nivel fueron rápidamente catalogados como salarios basura. La paradoja ha sido que la crisis ha traído como consecuencia que ser mileurista empiece a ser un éxito social. La cosa no quedó ahí, y así, desde 2010, las sucesivas reformas laborales han ido despojando de derechos laborales a los trabajadores, hasta que se llegó a popularizar la expresión contrato basura.

¿Qué cosa más natural, por tanto, que la basura? Basura en la tele, basura de sueldos, basura en los préstamos, basura en las inversiones, basura de condiciones laborales, bancos basura...
Pero hete aquí que, de pronto, las personas que tienen como ocupación la retirada de las basuras, los basureros de profesión, los que no suelen merecer atención de los buenos ciudadanos ni aun con los luminosos uniformes con los que las empresas les hacen trabajar, se alzan, han dicho basta, en Madrid. Y han dicho basta no solamente por la defensa de sus legítimos derechos a la negociación colectiva que respete los derechos de los trabajadores, han dicho basta al poder económico y al poder político.

No se trata de empresas de escasa viabilidad económica, ni de empresas temerarias que no saben hacer cálculos de costes con precisión; se trata de empresas grandes, multinacionales, oligopólicas en todos los sectores en los que actúan y, por consiguiente, tentadas a experimentar cambios radicales allí donde piensan que la oposición, por necesidad, será más débil, antes de generalizar las medidas y sus resultados a otros lugares y a otros centros trabajo.

También han dicho basta al poder político municipal, y con éste a una forma de hacer política, que abandona sus responsabilidades para con los ciudadanos, a quienes nos han llegado a pedir comprensión por motivos de ahorro presupuestario buscando nuestra complicidad ante la vulneración de derechos básicos de los trabajadores, como el derecho a unas condiciones laborales dignas.

Pero, sobre todo, han dicho basta a la Política de tratar a las personas como basura, personas a las que supuestos expertos -particulares, empleado de organismos públicos y de empresas privadas- dicen lo que conviene, cuándo y cómo, olvidando que su posición social y económica depende, precisamente, de que los demás apreciemos su contribución al bienestar colectivo, a la solución de los problemas y a la mejora de la convivencia. En definitiva, a la construcción de una sociedad decente, en la que no quepan ni televisiones indecentes, ni bancos indecentes, ni contratos indecentes..., ni expertos indecentes.

De momento, ya hemos encontrado barrenderos muy decentes.
PD. Mientras esto se escribe, llega la noticia del intento de despojo de derechos a los trabajadores de la lavandería de los hospitales públicos de Madrid: ¿dónde está quién proclamó el fin de la historia?

José Manuel García de la Cruz- Economistas Sin Fronteras


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